Por: Crianza & Salud / 08 mayo 2024
La culpa se puede entender de manera sencilla como el sentirse mal ante las personas que nos importan o que tienen alguna influencia sobre nosotros, por alguna acción o conducta que se hizo o no y que ocasiona algún daño o inconveniente a los demás. Así, ejemplos como el del niño que no puso sus juguetes en su sitio como normalmente lo hace y su abuela se cae y se fractura a causa de ello, o el adulto que conscientemente ignora un semáforo en rojo y provoca un accidente, son personas que deberían tener un sentimiento de responsabilidad por el daño causado, es decir, ambos se deberían sentir culpables. Desde el nacimiento está presente la culpa en la crianza como una herramienta que trata de evitar el comportamiento inadecuado y que el niño acate las normas y se comporte como lo desean los adultos.
Además, las tradiciones, las normas y, ahora, las redes sociales están inculcando permanentemente la idea de que todo lo que hagamos o digamos debe orientarse a la búsqueda del reconocimiento de uno por parte de los demás, lo que va de la mano del sentimiento de culpa si esto no llegase a pasar: si no “gano” el año escolar, si no paso a la universidad, si no consigo novia, si no me caso, si no obtengo empleo, si no logro embarazarme, si no puedo amamantar, si mi hijo se comporta mal en la escuela, si me separé de mi pareja, si tengo depresión... ¡Seguramente es por mi culpa! La culpa se convierte, entonces, en la antítesis del reconocimiento, del éxito. Y se trata de un sentimiento tan arraigado en nuestra cultura que, ante cualquier obstáculo, problema, error o fracaso, la primera reacción, la mayoría de las veces, es buscar un culpable, no una solución, lo que sería más razonable y productivo.
Por otra parte, a los niños se les recuerda constantemente su mal comportamiento y la decepción que este ocasiona en sus cuidadores, buscando, con ello, que se sientan mal para que, de esta forma, cambien su conducta. Dicho de otro modo, se sustenta la crianza en la idea de que para educar al niño es necesario hacerlo sentir mal, es decir, culpable, lo que, a su vez, lo induce a actuar con base en una situación externa: el reconocimiento de los demás, el temor a un castigo o el halago de un premio. La culpa se usa, por tanto, como un condicionamiento, como un arma con la que se busca manipular el comportamiento de las personas, lo que lleva, al mismo tiempo, a la necesidad de conseguir, por todos los medios, la aprobación de los otros. Se busca, en su orden, el reconocimiento de los padres, luego de los maestros y, más tarde, de la sociedad en general.
Este condicionamiento, que actúa durante toda la vida, lleva pues a buscar la aceptación de todos. En este caso, la culpa se sustenta en un factor externo. Se actúa por un premio, para evitar un castigo, o por una calificación, lo cual es un comportamiento que va en contra de lo que se quiere lograr en la crianza: que el niño haga siempre lo correcto porque es lo mejor para todos, independientemente de que lo vean o no, como un premio o castigo. Y que, si no actúa así, asuma la responsabilidad de sus actos. Se trata, entonces, de manejar la culpa a través de un código interno, por un valor que se va interiorizando desde los primeros años de vida a través del ejemplo, por convicción, y no por el “qué dirán”. Para ello, se debe trabajar en la construcción de la autonomía moral con el objetivo de que el niño sepa que cometió una falta, que es responsable de las consecuencias de esta, lo que lo hace sentir mal (culpa) y, por esa sensación y por la conciencia de su responsabilidad, se ve en la imperiosa necesidad de reparar el daño, con lo que la culpa desaparece o se atenúa, dejando una sensación interna de tranquilidad y sana justicia.
Clases de culpa
Arbitrariamente se podría decir que hay tres clases de culpa:
Culpa apropiada
Es el sentimiento de responsabilidad que se siente por un daño causado. Es la culpa que realmente se merece y que es proporcional al posible daño. Y es apropiada porque mueve al arrepentimiento, a dar disculpas, a tratar de hacer una reparación justa. Es la que se debería buscar en la crianza descalificando las acciones, no al niño.
Culpa innecesaria
Es aquella que se origina en la creencia de que por hacer o no hacer algo le ocasionamos un supuesto daño a alguien o a un hijo, cuando la realidad es que el resultado que fuere no es de nuestra responsabilidad y, muchas veces, ni siquiera se generó un daño.
Culpa crónica
Es cuando se culpa de todo, todo el tiempo, y, la mayoría de las veces, sin ningún fundamento. Es altamente nociva cuando se usa sistemáticamente en la aplicación de normas y disciplina en la crianza de los hijos.
Función social de la culpa
Es claro, entonces, que la culpa apropiada cumple una función social inobjetable, que, gracias a ella, el niño interioriza las normas, aprende a convivir, a desarrollar su inteligencia emocional, a respetar las leyes. Sin la culpa la convivencia sería prácticamente imposible, pues no existiría ningún freno interno (“la voz de la conciencia”) que reprobara el comportamiento inadecuado, con lo que este se perpetuaría, quedando como único control una sanción externa, precisamente en una sociedad en la que la impunidad y la corrupción son casi la norma.
Finalmente, respecto a la culpa innecesaria y crónica, es válido enfatizarles a los padres de familia algunos puntos que les generan, con mucha frecuencia, este tipo de culpas, lo que altera, a veces de manera dañina y prolongada, la dinámica familiar:
Por: Luis Carlos Ochoa Vásquez
Pediatra puericultor - Universidad de Antioquia
Profesor de Medicina Universidad Pontificia Bolivariana